Mayor participación exigen grupos indígenas en la COP23

El 12 de octubre, Carol Jagio González salió del caserío en el Vaupés donde vive con su familia, el pueblo cubeo. Le tomó tres días llegar a Fráncfort (Alemania), donde la esperaba un autobús que compartiría con otros 19 indígenas que llegaron desde tupidas selvas de Latinoamérica, Indonesia y África para recorrer, durante un mes, todo el continente europeo. Su objetivo era gritarle al mundo: “Si nosotros, los guardianes del bosque, no somos los protagonistas, ¿entonces quién?”.

Los pueblos indígenas apenas reciben el 2% del dinero que se invierte en materia de Cambio Climático. Desde Alemania, donde se llevó a cabo la Cumbre del Clima, piden más representación, protagonismo y financiación.

Si bien cada año los pueblos indígenas participan en las Conferencias de las Partes sobre Cambio Climático (COP) como una voz alterna, “este año no quisimos solamente venir a hacer eventos, sino que antes de la COP quisimos reunirnos con quienes realmente negocian para que hicieran presión a favor de las comunidades indígenas”, le dijo Carol González a El Espectador. Para ellos, “no es justo que se esté buscando soluciones al cambio climático y no se esté pensando en cómo proteger a los verdaderos cuidadores de los bosques, que somos nosotros, los indígenas”.
Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU

Debrah Lawrence es profesora de ciencias del medio ambiente de la Universidad de Virginia y ha dedicado toda su carrera científica al estudio de los bosques. Está segura de que sin ellos, la batalla contra el cambio climático está perdida. “Los bosques son un embudo que absorbe el 30 % del dióxido de carbono que los humanos ponemos en las atmósfera cada año. Conservarlos implica cumplir un tercio de los Acuerdos de París”. Años de análisis de datos la llevaron a concluir que su sola existencia enfría la franja del Ecuador unos 2 ºC y que regulan las lluvias en los territorios aledaños a ellos.


Su posición no es una excepción. El Acuerdo de París incluyó los bosques como una estrategia clave para mitigar el cambio climático. En Colombia, el gobierno Santos ya amplió el Parque Nacional Chiribiquete y consiguió que Noruega, Alemania y el Reino Unido hicieran una colecta de US$100 millones para frenar la deforestación en la Amazonia, llamada Visión Amazonia. Todos los países amazónicos quieren (al menos en el papel) reducir la deforestación a cero.
Pero, aun así, según el reporte de este año de la Declaración de Nueva York sobre Bosques (NYDF, en inglés), desde 2010, los países desarrollados e instituciones multilaterales sólo han destinados US$3.600 millones para reducir la deforestación en el trópico. Es decir: el 2 % de la plata que se ha invertido para frenar el cambio climático. Con un agravante: en esos mismos años, el sector de agropecuario, culpable del 70 % de la deforestación en el mundo, recibió casi 195 veces ese dinero en subsidios.

Esto quiere decir, en plata blanca, que mientras lo gobiernos tropicales se congratulan en sus esfuerzos para frenar la deforestación, en los últimos siete años se embolsillaron US$777.000 millones para proyectos agrícolas que, según la NYDF, pueden tener impactos sobre los bosques tropicales.

Los 20 guardianes del bosque que llegaron en bus a la COP saben lo que significa oponerse a los intereses del sector agroindustrial y agropecuario. González cuenta impresionada la historia de un compañero de Brasil (cuyo nombre se omite) que, cuando termine la gira, no podrá regresar al rincón de la selva amazónica donde vive con su esposa y sus dos hijas: antes de salir lo amenazaron de muerte por oponerse a un proyecto de expansión de cultivos de soya.
“Este es un problema mundial”, dice González. “Nos criminalizan cuando no dejamos talar los árboles y no se dan cuenta de que ese precisamente es nuestro aporte”. La excusa de los gobiernos, dice, es que esos territorios no pertenecen a los indígenas. Pero si se mira con lupa, esa falta de títulos es una deuda histórica a la hora de reconocerles a los indígenas sus derechos territoriales.
Charlotte Streck, directora de la consultoría holandesa Climate Focus, explica que si se quiere frenar la deforestación, “hay que darles más titularidad a quienes saben manejar los bosques, que son las comunidades indígenas”.

Los datos respaldan a quienes aseguran que los territorios indígenas son fronteras efectivas de la deforestación. Múltiples estudios han demostrado que en ellos la tala de árboles es prácticamente nula. Sólo en la Amazonia, la mitad del carbono forestal está almacenada en resguardos, según una investigación publicada en la revista Science en octubre pasado y liderada por Alessandro Baccini.
Por eso, para los pueblos nativos es indignante que las comunidades locales reciban apenas el 10 % de los poquísimos recursos que se destinan al cuidado de los bosques en el mundo. González pone el ejemplo de Visión Amazonia: según cifras oficiales, el pilar indígena recibirá 22 % del total de la plata donada, a pesar de que la mitad de la Amazonia colombiana —unas 24 millones de hectáreas— está a cargo de los pueblos originarios.

José Yunis, director del proyecto, defiende los números: “Mirando la cifra aislada, se ve como algo que no tiene ni un poquito de sentido, pero pensamos que si no detenemos la deforestación por donde avanza en este momento, esa mancha colonizadora llegará a los resguardos que, con plata o sin plata, no aguantan. Entregarles toda la plata a quienes han protegido los bosques no evita la deforestación en el arco amazónico”.
Yunis pone el ejemplo de algunos resguardos en Caquetá que ya empiezan a recibir esas presiones del apetito voraz ganadero. González coincide con estas palabras. Lo preocupante es que si las amenazas a los territorios indígenas en el Amazonas se hacen realidad, se liberarían casi 80 gigatones de emisiones de CO2: aproximadamente dos veces el total de emisiones globales ocurridas en el 2015.
Muchos, incluyendo a la secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, Patricia Espinoza, lamentan la falta de protagonismo de los bosques, sobre todo en cuanto a financiación. Charlotte Streck, por ejemplo, cree que hay que hacer una reforma planetaria para reorganizar las prioridades en la cooperación internacional. Los indígenas, por su parte, piden crear una plataforma que reconozca sus conocimientos tradicionales y que participe en las mesas de trabajo a la par con los negociadores en las COP.

“Los financiadores están preocupados por los árboles, pero olvidan que si esos árboles siguen en pie, es porque hay personas que durante siglos han aprendido a estar ahí sin destruirlos”, dice Carol González, y agrega tajante: “No han entendido que mantener vivos a los defensores es mantener vivos a los bosques”.

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